LOS
MAESTROS
NORMAS
CLARAS
Los
padres de familia, los docentes y, en general, casi todos los adultos, creemos
que “si las reglas de juego son claras, no hay razón para que los hijos no
hagan las cosas bien, salvo que sean desobedientes”. Esto no solo no es cierto,
sino que puede ser un gran error creer que las normas permiten arreglar la
vida. Menos, si se trata de niños. Ellos responden más a las acciones, al
contagio emocional, al ejemplo, al buen trato.
La
palabra presupone una experiencia, un conocimiento adquirido, vivenciado.
¿Ha
pensado usted qué significa para un niño, en términos experienciales, portarse
bien? Haga el intento, y pregúnteles a unos cuantos niños qué quiere decir eso,
y va a ver que las respuestas hablan también de cosas teóricas, pero que no
tienen nada que ver con lo que ellos pueden hacer o tienen integrado como
propio.
A
las palabras se accede mucho antes que a todas las experiencias a que ellas
aluden, lo que permite que los adultos creamos que no es más sino decir lo que
se debe hacer y con eso alcanza. Así nos va en la vida con los hijos pequeños.
Ellos saben que tienen que contestar que sí ante la ingenua pregunta: “¿me
entiendes?”, pero eso no significa que lo vayan a hacer como lo ofrecen.
Simplemente, son palabras.
De
paso, más ingenuos los reclamos que dicen: “pero ¿cuántas veces te tengo que
repetir que…?” o “quiero que me expliques por qué no me haces caso…”.
Nada
más alejado del interés de los niños que no hacer caso. A ellos o a ellas lo
que les interesa es pasar bueno, y eso no permite que puedan retener el
significado de aquellas palabras que un adulto le dijo que debería tomar en
cuenta para poder ganarse un futuro elogio. Eso es absurdo esperarlo.
Entonces
depende de nosotros que no nos sigamos haciendo trampa y echándoles las culpas
a los niños como si ellos no quisieran hacer las cosas que para nosotros son
tan loables. Simplemente, hay que pensar que los lenguajes de los adultos y los
de los niños son francamente diferentes.
Nosotros
vivimos en las ideas, en las palabras, en la especulación, en el juicio. Ellos
se mueven en el terreno de las acciones, de los juegos, de la diversión, del
entretenimiento, y lo que nosotros les proponemos suele estar muy alejado de
sus intereses, y más complicado aún, de su comprensión.
Recordemos
que hasta casi los doce años (para los interesados: leer -¿releer?- a Piaget),
los niños no han completado todas sus estructuras mentales como para poder
operar de pleno como un adulto (inteligente). Así que no esperemos tanto de las
palabras. Y recordemos que las normas se han construido y se seguirán
construyendo siempre con palabras. Aquí entre nos: no podríamos decir que para
todos los adultos las palabras son tan claras, tampoco… pero eso podría ser
tema de otra reflexión como ésta.
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